Los domingos son días tontos. Como bien dijo un día una sabia, los domingos o te encantan o los odias, pero no existe un término medio.
Hoy puse el despertador con la intención de seguir preparando los exámenes, pero me acabó levantando mi madre a la una del medio día con un zumo y un beso. Hacía meses que no me despertaba así. Luego el día continuó con mis abuelos y tarta con helado. Por la tarde me puse a estudiar y durante dos horas estuve memorizando conceptos sobre justicia, imperatividad y validez axiológica. Harta de teorías de pensadores reconocidos, opté por terminar perdiendo el tiempo en la bañera.
Últimamente, se ha convertido en uno de mis pasatiempos preferidos, un sitio donde se me salen las piernas y puedo no pensar tranquilamente.
Cojo espuma con las manos y soplo, pongo los ojos en posición de cámara fotográfica y enfoco ese montón de burbujas que forman nubes blancas irisadas delante del grifo y entre mis dedos. Al cabo de media hora, mientras comparo el verde azulado de mis uñas con el azul verdoso del agua, me doy cuenta de que tengo todos los dedos arrugados excepto uno. El corazón derecho, el maleducado, que es irreverente includo a la hora de arrugarse como un garbanzo, como sus otros nueve hermanos. Luego comienza a llover. Adoro observar como caen esas gotas gordotas con un sonoro "plof" en la bañera y otras encuentran su sitio en la escayola del techo.
Y éstos, son los únicos momentos en los que me siento verdaderamente sola. No sola de abandonada, sino sola de agusto y bien, sin preocupaciones importantes o absurdas.
Como dije al principio, los domingos son días tontos.
Hoy es domingo.