En consecuencia, hablaban de literatura, y empleaban personajes a manera de códigos. En Cambridge, se habían cruzado en la calle sin detenerse. ¡Todos aquellos libros, todas aquellas parejas felices o trágicas de las que nunca habían hablado!
Mencionar un "rincón tranquilo en una biblioteca” era una expresión cifrada. Consignaban asimismo la pauta diaria, con aburrido y amoroso pormenor. Él describía cada aspecto de la rutina carcelaria, pero nunca le hablaba de lo estúpida que era. Ya era bastante evidente. Nunca le dijo que temía hundirse. También estaba clarísimo. Ella nunca le escribió que le amaba, aunque lo habría hecho si hubiera creído que pasaría la censura. Pero él lo sabía.
Expiación, Ian McEwan
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