jueves, 1 de abril de 2010

"Otro rincón secreto a la vista de todos. Magia en las pequeñas grandes cosas"

Hoy siento que no estoy a la altura.
No estoy a la altura de contar algo que ha hecho que el día pase de ser gris marengo a azul claro.
Hay gestos apenas perceptibles que se convierten en extraordinarios. En una de las muchas tardes de café invernales (a pesar de ser ya marzo) decubrimos un cajón lleno de papeles. Cosas fútiles y vulgares, transformadas en pequeños tesoros. Una entrada de un espectáculo de travestis con un poema de amor, un ticket del Mercadona que hablaba del tiempo y la vejez y multitud de servilletas arrugadas llenas de casualidades.
En un momento de la tarde, entró una chica y pidió un café mientras fumaba Chester y nos miraba. De repente, se levantó y con mucha educación nos pidió permiso para sacar todos los papeles que había en el cajón. Se los llevó a su mesa y al cabo de un rato los devolvió, sacó su libreta y se puso a escribir. Yo pensé, que al igual que yo, iba a apuntar en su cuaderno el acontecimiento del día, pero al terminar, metió un papel doblado en el cajón y se fue.
Quise creer que su sonrisa al despedirse era para que leyéramos la nota, quise creer eso porque no aguantaba la curiosidad. Era una nota de amor o amistad para alguien. Un montón de sentimientos en media cuartilla de papel cuadriculado. Y había más, una larga relación, por llamarlo de algún modo, en post-its, servilletas y hojas de libreta. Frases de ánimo y cariño resumidas al mínimo, como si intentaras condensar algo de dimensiones desproporcionadas en un cajón de 30x30. Y de repente, sentí que éramos muy afortunadas por haber descubierto una historia sin quererlo.
Creo que volveré a la misma mesa, a dejarle esta historia, a darle las gracias por alegrarme un poco estas vacaciones tan pesadas y ver si sigue habiendo palabras enlatadas.

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