Siempre nos despedíamos así. Porque cada noche, más o menos, me iba a dormir a las 3 de la madrugada, sabiendo que tenía que levantarme (en teoría, por supuesto) a las 8 para ir a la biblioteca.
Y supongo que fue así como empezó todo.
Supongo que fue así como te empecé a echar de menos cada vez que te ibas y como me muero de miedo si pienso que algún día ya no quieres estar.
Me alegro mucho de seguir sorprendiéndote con cualquier tontería que se me ocurra, cómo aquel día, cuando te miraba mientras estudiabas y te dije que tenías las pestañas más largas que había visto nunca. Creo que en ese momento, pensaste que estabas con una loca y por un instante me dio vergüenza haberte dicho eso. Ahora te repetiría cada minuto que estoy enamorada de tus pestañas, de lo largas que parecen cuando te duermes y se posa el sol en ellas.
Ahora ya no me da vergüenza decirte (ni a tí ni a nadie que se pase por aquí), que ya no estoy entera, que un trocito de mí es todo, todo tuyo.