Sin lugar a dudas, era tonta perdida. Iba en el autobús medio dormida, con la cabeza perdida en sus cosas. Bueno, no en sus cosas, más bien, en aquella cosa. Se daba cuenta de la imposibilidad del asunto y de la poca suerte que tenía. Por otra parte, ya había considerado de aquella forma otras cosas que, por hache o por bé, se habían convertido en polvo en sus bolsillos.
Pero... Era tan tonta que no podía evitar pensarlo. Que un día le diría que si quería tomar un café con él, que la invitaría. Y entonces, hablarían, y se darían cuenta de que a los dos les quedan los pantalones cortos y se les ven los calcetines cuando se sientan. Le contaría que es un inútil, que no toca ni la puñetera guitarra, ni sabe escribir poemas ni querer, pero que con el paso del tiempo, le cogería cariño, y a lo mejor, hasta se acababan queriendo.
¡Au! Cuando iba a imaginar su noveno primer beso, el chico de al lado le dio un rodillazo. Maldito síndrome de la pierna inquieta.
Y mientras inventaba la gran mentira, levantó la cabeza y le vio al fondo del autobús. Creando vuestra vida juntos y tú sin saberlo.
Como tu nombre.